Historia de dos iglesias
Por: Aldo Vidal – Arte: Vicente Martí
En la comuna de Quilicura, donde se instaló buena parte de la comunidad migrante haitiana que llegó a Chile en la última década, hay unas 360 iglesias, mayoritariamente bautistas y pentecostales. Para muchos, el culto en creole en templos a los que asisten exclusivamente haitianos es una forma de sostener la lengua y las formas de celebración que trajeron de su tierra. En otros templos se comparte el rito con hispanoparlantes, se mezclan las tradiciones y se traducen los sermones.
La música llega desde lejos. El sonido de un coro que canta en un idioma desconocido conduce hacía un edificio amarillo que hoy alberga a la Iglesia de la Compasión, en la comuna de Quilicura, una zona del norte de Santiago con más de 250 mil habitantes. Allí, unos cincuenta haitianos cantan en creole una canción de ritmo contagioso.
—Avèk Bondye pa gen anyen ki enposib —“Con Dios nada es imposible”, repiten una y otra vez.
Destaca la elegancia de sus vestuarios. Niños, ancianos, hombres y mujeres, todos lucen de una forma que en Chile solo sería propia de una gala o un matrimonio. Hay camisas grises, azules, negras, rojas; zapatos lustradísimos de cuero o gamuza. Blazer verdes, blancos; faldas anaranjadas, turbantes y collares de perlas.
La vestimenta contrasta con lo minimalista del espacio: paredes color damasco pálido, ninguna imagen, sillas de plástico, una batería, dos guitarras eléctricas y un púlpito.
Los tambores, platillos y acordes metálicos alcanzan protagonismo, mientras Blondie, de 32 años, y Raynold, de 38, se lucen en un contraste de voces que mezcla el rock de los ‘50, tipo Chuck Berry, y el gospel propio de las iglesias afroamericanas.
—Mete ajenou —“Arrodíllate”, dice la primera voz.
-–Devan Bondye —“Ante Dios”, responde la segunda.
Es domingo, casi la 1 de la tarde. No hay chilenos entre los asistentes.
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También en Quilicura, en la población de San Luis –un lugar con fama de peligroso, marcado por la violencia y el narcotráfico, cercano a Perinacota– ocurre un rito similar, pero ahí haitianos y chilenos escuchan la prédica dos veces: primero en español y luego en la lengua criolla haitiana.
La Iglesia Bautista Monte de Dios es una casa ampliada reconvertida en espacio religioso, colindante a viviendas pequeñas hechas de ladrillos. Adentro todo parece más mesurado que en la Iglesia de la Compasión. Muchos hombres usan terno y varias mujeres trajes de dos piezas, pero también hay personas con jeans, zapatillas y parkas. Las paredes son beige y, en el escenario, dos floreros con lirios blancos enmarcan el púlpito.
El sermón versa sobre la segunda venida de Cristo. Manuel Oviedo,encargado de Liderazgo en la Iglesia, habla de forma lenta y modulada. Constantemente mira al traductor para asegurarse de que el mensaje llegué. Parece un profesor que quiere asegurarse de que sus estudiantes comprenden. Hace preguntas en español y muchas veces los asistentes responden en este mismo idioma. Otras, el juego es al revés.
—¿Kris la vini? —”¿Cristo viene?”, pregunta Manuel.
—Sí, amén —responde la audiencia.
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En la Iglesia de la Compasión es un día especial y habrá un almuerzo de celebración. Varios asistentes arman con diligencia una mesa junto al púlpito. Entre los alimentos hay dos tortas, muchas frutas, dulces, bebidas en lata que, generosamente, insisten en convidar a las visitas.
—Es un nuevo comienzo para nosotros, porque aquí antes había otra iglesia que se llamaba Nueva Nación y era chilena. Podíamos reunirnos los días domingos, nomás. Ahora tenemos el lugar para nosotros solos, por eso queríamos agradecer —cuenta Blondie en un español fluido, antes de repartir la comida e iniciar el almuerzo comunitario.
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Después de 45 minutos de prédica y canciones en español y francés, finaliza la ceremonia en la Iglesia Monte de Dios.
—Nuestra iglesia fue mutando al tener más hermanos haitianos. En un principio, no traducíamos, pero cuando empezaron a llegar las personas mayores les pedimos a los hermanos haitianos que tradujeran, porque queríamos asegurarnos de que la palabra de Dios llegara. También cantamos canciones en español y en francés o creole –explica Oviedo.
Al principio estos cambios trajeron conflictos internos y muchos de los asistentes chilenos decidieron partir a una nueva iglesia.
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El terremoto de enero de 2010 causó más de 200 mil muertes en Haití. Chile envió misiones humanitarias y a partir de 2015 empezó a recibir a haitianos que llegaron masivamente gracias a beneficios migratorios. Ese año ingresaron 13.842 personas que venían de Haití. Al año siguiente, la cifra llegó a 48.537. En 2017, se estableció un nuevo récord de 110.166, según los registros de la Jefatura Nacional de Migraciones y Policía Internacional.
Un número importante de ellas se asentó en Quilicura. La prensa empezó a llamar algunos de sus barrios como “Puerto Príncipe” o “La pequeña Haití”. Allí, a diferencia de otras comunidades extranjeras, no se abrieron restaurantes o almacenes, sino iglesias.
—En un momento, hubo en la comuna aproximadamente veinte iglesias haitianas. Entre ellas, la primera iglesia cristiana que llegó a tener mil participantes. También algunas más pequeñas, de 100 o 200 personas. Imagínate, esas eran las pequeñas –explica Giovanni Pacheco, coordinador de asuntos religiosos del municipio.
Un domingo por la mañana es fácil ver grupos de haitianos engalanados, caminando hacia sus templos. En Haití la mayoría se considera católica , pero las iglesias protestantes han aumentado notoriamente; entre bautistas, adventistas, metodistas y pentecostales alcanzan a alrededor de un cuarto de la población, según los datos básicos sobre el país que se publican en sitios web como Datos.Mundial.
—Acá la mayoría son evangélicos. Protestantes: pentecostales y bautistas. Luego, un pequeño volumen de católicos —dice Pacheco.
El funcionario municipal agrega que en Quilicura hay unos 360 templos y muchos son integrados por inmigrantes hispanoparlantes –que conviven en sus iglesias con otras nacionalidades– y francoparlantes o haitianos, que se agrupan para mantener su idioma.
—Cuando ellos llegaron, su manera de adorar no era compatible con la chilena, tanto en el área protestante como en la católica —afirma Pacheco.
La forma de espiritualidad haitiana, dice, es mucho más propia del Caribe. Además de la mezcla de gospel, batería y guitarras eléctricas, también se puede ver a personas que entran danzando con un canasto en la cabeza para pedir las ofrendas. Algo que en la tradición local no sería bien visto. Por eso, a poco andar, estas iglesias conformaron sus propias comunidades.
—Sí, se convirtió en una iglesia ghetto desde cierto punto de vista, pero tuvo la necesidad de hacerlo. Recordemos que una de las características de los haitianos es que son orgullosamente afro. Eso hace que ellos mantengan y protejan sus características culturales, por ejemplo, el uso del idioma, que además está protegido por los derechos humanos –agrega.
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—Estamos atribulados, pero no angustiados —lee , en creole, el pastor Lubin Wesner, de 39 años– en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados — Blondie traduce al español, discretamente.
Es viernes por la noche y la Iglesia de la Compasión está abierta. Desde abril, estos encuentros se realizan dos veces a la semana, para aprovechar el edificio que ahora administran en solitario. Desde que se “independizó”, la congregación debe pagar, entre arriendo y servicios como agua y luz, aproximadamente el monto de un salario mínimo.
Como en otras devociones, el diezmo es una forma de financiamiento. Sin embargo, aquí las donaciones no son obligatorias: solo da el que tiene. En la entrada hay sobres blancos para entregar dinero –no hay mínimo ni máximo– y también se pueden hacer transferencias después de asistir.
Hoy la reunión es más íntima, hay doce personas. El pastor Wesner dirige la sesión y se discute la primera carta de Corintios.
—El pueblo haitiano es muy creyente y para nosotros estar reunidos y hacer culto es muy importante, Dios tiene el lugar preferido, está antes que todo —afirma Blondie, que es casada, tiene dos hijos y trabaja en el turno de noche de una fábrica de pan.
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La Iglesia Monte de Dios comenzó a funcionar en 2011 y al año siguiente uno de sus jardínes infantiles fue noticia nacional porque allí los niños debían lanzarse al piso para protegerse de las balaceras.
—Cuando empezaron a llegar los hermanos haitianos, los lugares que podían habitar eran los más difíciles y conflictivos. A medida que se iban instalando, esos lugares se fueron pacificando. Y aquí empezaron a venir a esta iglesia —explica Oviedo.
Monte de Dios acogió a estos nuevos residentes, pero no todos estuvieron felices. Muchos chilenos resistieron los cambios y reclamaron: no querían canciones en francés, tampoco que el pastor les destinará tiempo a solas a los haitianos o simplemente alegaban que no se podía conversar con ellos porque no entendían el idioma.
—Esto ocasionó que la iglesia tuviera que tomar una decisión: nos mezclábamos o le pedíamos a los hermanos haitianos que se fueran. Pero nosotros entendemos que Dios trae a las personas, esta es su iglesia.
Tras el quiebre, solo quedaron tres o cuatro matrimonios chilenos, cuya convicción era que estaban llamados a trabajar con los recién llegados.
—Ahora, el primer corte que se realiza cuando alguien nos visita es ver si le gusta o no que haya hermanos haitianos. Y los que se han quedado entienden que Dios nos va a llamar a todos desde distintas partes del mundo —completa Oviedo.
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Robenson Thomas, de 29 años, se acerca amablemente y comienza a traducir en español, en voz baja las palabras en creole del pastor Wesner, que reflexiona sobre el éxodo de sus compatriotas desde Chile a los Estados Unidos. Lo compara con la construcción de una casa y lo que significa abandonar un hogar después de tanto esfuerzo.
—Tienes que disfrutar lo que te dio Dios —grita en medio de su discurso.
Robenson lleva cuatro años participando en esta iglesia. Con una sonrisa, dice que prefiere mantener su idioma en estos encuentros, que intentó ir a otras iglesias, pero no se sintió cómodo porque no comprendía lo que se hablaba. Para los aniversarios –agrega– vienen de visitas pastores nacionales y entonces se hacen traducciones. Lo mismo cuando vienen muchos chilenos.
—Cualquier persona que quiera participar está invitada —afirma.
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El diácono Thierdor inicia la ceremonia dominical en la Iglesia Monte de Dios con el Salmo 24 en francés, pero advierte a su audiencia que puede leerlo desde la Biblia en español.
Entre los congregados está Billy Lewis, de 52 años, un ex profesor haitano, hoy dedicado a conducir una camioneta de turismo, y también uno de los asistentes más antiguos de esta iglesia.
—Yo vengo acá porque quiero aprender el español bien, quiero escuchar español. Al principio, me invitaba a venir una amiga que ahora está en los Estados Unidos y, como soy bautista, me sentí como en mi casa —cuenta.
Sobre las diferencias entre chilenos y haitianos comenta que para muchos la forma “más haitiana” de desarrollar el culto se siente mejor. En su caso, prefiere la versión local.
—Nosotros no estamos en Haití. Si usted viene a un país que habla español, usted tiene que aprender a hablar español para poder comunicarse con la gente. Si usted se queda en su idioma, nunca va a aprender —dice.
Oviedo admite que existen algunos choques culturales con las iglesias cien por ciento haitianas. Entre los puntos conflictivos están los bailes dentro del templo, que las ceremonias puedan alargarse indefinidamente y quiénes suben al púlpito.
—Ellos piensan que porque alguien canta bonito debe estar arriba, independientemente de si tiene un comportamiento malo. Debe haber un orden. Si no, alguien viene y dice: “Oye, pero si esta persona está tomando o fumando en la esquina”. Aquí, si tu vida no está en orden, no vas a participar en el púlpito. Esa regla en otros lugares se pasa por alto.
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La potente voz del pastor Wesner resuena con estridencia. Cada palabra parece una bofetada, un zamarreo que empuja a la acción. Su oración conmina a expulsar los pecados y salvarse de las condenas.
—¡Dife nan non Jezi! —“¡Fuego en el nombre de Jesús!”, exclama mientras se mueve de derecha a izquierda, observando a sus feligreses.
A viva voz exige libertad para las personas que satanás tiene esclavizadas.
—Nan rivyè a, nan lanmè a, nenpòt kote. Dife nan non Jezi —“En el río, en el mar, en cualquier lugar. Fuego en el nombre de Jesús”.
Comienzan los aplausos y el pastor eleva aún más el tono.
—¡Kounya chenn yo kase! —“¡Ahora las cadenas se han roto!”.
La batería redobla la emoción y aumenta la euforia.
—¡Avèk zam Bondye a, nou kraze tout pwoblèm yo! —“¡Con la pistola de Dios, rompimos todos los problemas!”, vocifera el pastor.
—¡Nan non Jezikri! —“¡En el nombre de Jesucristo!”, responden las personas.
—¡Libète, pwosperite! —“¡Libertad, prosperidad!”, cierra el pastor entre aplausos.
La música continúa y se escucha desde afuera. Desde lejos. Cruzando la avenida, varias cuadras hacia el sur, sigue resonando el clamor de la comunidad de la Compasión.
Constatación contraintuitiva: quien posteó las imágenes era investigador del Center for Immigration Studies (Centro de Estudios de Migración).