De Porto Velho a Dublín, de Vancouver a Estados Unidos, la vida de una joven brasileña se reinventó durante años a cada kilómetro. Hasta que en Buenos Aires encontró su lugar: empezó a estudiar medicina, dejó de huir de sí misma y, gracias a la Ley Nacional de Identidad, pudo hacer su terapia hormonal. Hoy muestra orgullosa su DNI argentino. Dice “Josie Galore”.
Es el momento perfecto para Josie. Improvisa un maquillaje y elige un par de zapatos de tacón. Le quedan enormes. Siente complicidad con el ropero de su madre, que salió para trabajar. La casa, en Porto Velho, región norte de Brasil, es ruidosamente ocupada por las canciones de Xuxa que suenan en la radio roja. Cuando el baile con frenesí se detiene, es hora de dar vuelta al cassette.
—Quería tener el pelo largo y cubría mi cabeza con una toalla. Ni diez años tenía. Me ponía pintalabios y me sentía bella. Percibía que existía un yo que nadie veía— recuerda.
Su pelo rizado creció bastante en la cuarentena. Desde su departamento, en Coghlan, va caminando hasta el hospital Pirovano, donde hace visitas frecuentes. Josie va a cumplir treinta años y hace tres meses empezó con su terapia hormonal para sentirse mejor con su género e identidad.
Josie pasó buena parte de su infancia en la quinta de su familia, lejos de la ciudad: creció bajo el cielo de la selva amazónica. Envuelta por el clima tropical, los insectos y la transpiración, pasaba las tardes corriendo sobre la tierra oscura para tirarse al río Madeira. Dentro de su casa, el ambiente era bien distinto: un padre ausente, el olor a alcohol, los golpes. Recuerda el horror la violencia, escuchar a su madre entre llantos y silencios, querer que pase rápido y que no se repita nunca más. Josie no pudo esperar. Entre tantos árboles esfumados con el cielo, entre tantas guayabas frescas, ella empezaba a planear su futuro: huir de allí.
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Faltaban un par de horas para el año nuevo de 2010 y Josie esperaba ansiosa el show pirotécnico en un pueblo del interior del Estado de Rondonia. Se miró al espejo y vio su silueta de perfil: le gustaba cómo se veía sobre su piel negra el maquillaje casi imperceptible y un jean y una camisa que sus “tíos no usarían”. Otra vez la niña brillaba. En medio de la cuenta regresiva para la media noche tuvo un pensamiento y se sintió libre. Ese mismo año sacó un pasaje a Irlanda para empezar de cero.
Josie cruzó el Atlántico buscando el futuro, pero Dublín no la sedujo. Quizás por los pocos rascacielos. Quizás por las miradas extrañas y la dificultad para conseguir un trabajo. Asoció el verde de las fiestas de San Patricio con el paisaje renunciado de Porto Velho. Y así cómo llegó, se fue: pronto.
Después vino la gira por Norteamérica. En Canadá le llegaba el buen trato desde las filas de supermercado y los viajes en colectivo. Se bautizó Josie: en ese momento era una drag queen más en las noches de Victoria. Para no perder su condición de migrante regular, se mudó a Estados Unidos. En un mundo tanto más grande, ella nutría sueños efímeros y coleccionaba nuevos comienzos.
Esperaba cada fin de semana para elegir un nuevo maquillaje. A diez centímetros del piso bailaba segura a Britney y a Beyoncé, pero cuando salía el sol se desmontaba acompañada de un zumbido agudo en su cabeza. No era el momento para ir a trabajar con su corpiño puesto.
Juguemos: vamos a creer que sólo hay dos sexos y que es lo mismo sexo que género. Entonces te asignan a uno de dos equipos: el azul es para que seas macho, varón y masculino; el rosa es de hembra, mujer y femenina. Hay códigos preestablecidos para cada grupo. Si no te identificás con el que te tocó, no te gustan las dinámicas, querés cambiar de equipo, de juego, o simplemente no querés participar, tenés un problema. Quien no juega será anormal, tendrá una patología, trastorno o síndrome. ¿Te suena?
Transgender Europe (TGEU) es una organización que monitorea datos relevados por instituciones trans y LGBTQIA+ a nivel global. En un informe realizado entre octubre de 2020 y septiembre de 2021, TGEU mostró que el 96% de las personas trans y género-diversas asesinadas eran feminidades trans. En Estados Unidos, el 89% eran racializadas. La edad promedio de esos 375 asesinatos fue de treinta años -sin contar los casos que ni siquiera son reportados. La organización dice que esos números corresponden a “una pequeña muestra de la realidad”.
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Cuando Josie dejó de comprar el american dream cargaba una valija pesada. Se acostumbró a ser alguien que no era “de acá”, a cambiar de casa, clima y camino. Quería estar más próxima de su familia y de sí misma rescatando un antiguo deseo: estudiar medicina y ser doctora.
De Argentina sabía poco: “vino, tango y mate”. En enero de 2017 empezó a respirar Buenos Aires. El cielo, ciegamente azul, tenía un sol que volvía a calentar su sangre latina. Mientras estudiaba con microscopios los preparados histológicos, disecaba la noche en la Ciudad de la Furia.
En una fiesta y con un vestido que tapaba menos de la mitad de su muslo, a Josie la vio un grupo de colegas de su facultad. Había aprendido con el tiempo a calcular y vigilar su voz, mirada, gestos, andar, modos, ropas, relaciones y espacios. Todo eso se derrumbó: reaccionaron con trago y burla, baile y ofensa. Asunto para meses. La ridiculizaron y la expusieron cuando supieron que su vivencia trascendía un cuerpo sin senos.
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Los primeros días de cuarentena Josie los pasó pelada y limpia de cara. Guardaba su peluca preferida en un rincón oscuro del armario. En el cajón, un corpiño S. Los atardeceres recortados por una ventana se cruzaban con preguntas viejas, jamás respondidas. Cuestionaba sus ganas de vivir. Hoy cuestiona qué hubiera pasado sin la terapia.
—Estaba cerca de otro plan de fuga. Fuga de mí misma, porque ya no huía de mí familia, huía de mi realidad. ¿Hasta cuándo? Ser libre, tener un lugar al que llamar hogar, un matrimonio. ¿Cuándo iba a realizar eso no siendo quien soy? Nunca.
A Josie el número 26.743, el que lleva la Ley Nacional de Identidad, le marcó su vida. Durante el segundo gobierno de Cristina Kirchner, en 2012, el Estado argentino reconoció que las personas pueden identificarse y expresarse con el género autopercibido, sin importar el sexo asignado al momento del nacimiento. Reconocía, igualmente, la necesidad de garantizar derechos básicos para la comunidad no-cis. A partir del cumplimiento de esa Ley y de la Ley de Migraciones 25.871 -que permite el acceso a los servicios sanitarios aquí prestados independientemente de la condición de regularidad migratoria- Josie pudo hacer su terapia hormonal.
Hoy, muestra orgullosa su DNI argentino. Dice “Josie Galore”.
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Cuando Aglee supo que su hija había empezado con la hormonización, de inmediato fue a la iglesia. Se acordó de cuando la retaba por estar con la mano en la cintura, de lavar las toallas que simulaban pelo y de cuando ella le quería enseñar a bailar samba. De rodillas resignificaba sus memorias de madre:
—Dios me mostraba, yo no entendía.
La trigésima Marcha del Orgullo de Buenos Aires fue la primera para Aglee. Antes de salir, le pidió a su hija que le pintara los labios. La Avenida de Mayo daba espacio a una comunidad que celebraba su diversidad. Todes bajo el mismo sol. Aglee observaba los carteles que exigían una Ley Integral Trans, las estéticas transgresoras, los colores en las banderas, las camionetas que pasaban y hacían llover brillo sobre los cuerpos en euforia. Un toque en su hombro interrumpió su mirada pensativa:
—¿Viste, ma? ¿No te dije que iba a estar todo bien?
Diciembre 2021