Jojo siempre bailó a escondidas pero ahora en Buenos Aires lo hace en público, en el ballroom. Dejó atrás, en Lima, la depresión y las imposiciones familiares; en la Argentina creó nuevos vínculos y fue maternada por una trans cordobesa. Ojalá, dice, que sus “mapadres biológicxs” lean esta crónica y se enteren de “esas cosas que ellxs nunca supieron”.
Las palmas pulsan el compás del vogue y Jojo entra en escena. Antes de lucirse al estilo old way, mira por última vez la gente a los costados de la pasarela y las lentejuelas perdidas en el piso, huele la mezcla de perfumes ajenos. Encara el panel del jurado que está enfrente, tienes dos minutos para conquistarlo. Aprieta los dientes y relaja los párpados. Cuando la chanter grita “rrrrrr walk Jojo”, poses en movimiento nacen en la runway. Buenos Aires arde. Es sábado, es noche de ballroom.
Dedos estallan en su dirección. Sus brazos trazan líneas rectas, primero extendiéndose hacia adelante y luego abriéndose hacia los lados. Le piden more, entreabre sus labios carmín como si el beat le asfixiara y, enseguida, lanza una pierna al aire para caer de espaldas, con una rodilla flexionada, las manos en el suelo y el pecho abierto. Camina con una falda y un saco negro, lleva un sombrero “muy andino” y un libro que dice “memoria marrón”. Escucha “tens across the board” y sale del escenario ofegante, como si el cansancio cayera todo junto en ese segundo.
Jojo va al ball desde hace cinco años y son diez los que lleva en la capital argentina. Llegó poco antes de ver al movimiento Ni Una Menos parar al país por primera vez en contra de la violencia de género. Es “sudaquita”, migrante, “tu xami peruana” y “marrona” porque tiene “de inga y de mandinga”. No es queer, es c-u-i-r, y usa cualquier pronombre.
En la tarde del lunes, Jojo toma un recreo del trabajo que hace en su departamento, en Palermo. Se pone auriculares para bailar y a pesar de que está en un piso once prefiere bajar las cortinas, como solía hacer en su casa a los seis años. Es como si al sentirse vistx mientras practica perdiera el disfrute. En la pared, al lado del adhesivo que dice “hacete cargo de tu deseo”, hay una foto de Jojo niñx y con “cara de angustia”.
一Mi casa no era un lugar feliz 一dice Jojo luego de reírse.
Del puente a la alameda, para Jojo Lima era gris. En sus primeros días como migrante en Buenos Aires mentía ser de Ayacucho, “por lo andino”. En Perú, iba los domingos a la iglesia evangélica, donde aprendió a tocar el violín y a cantar en el coro. En la semana, pasaba los días jugando con la Súper Nintendo. Competía con sus cuatro hermanxs mayores por quién elegía las canciones en el discman. Si le tocaba, se agitaba con el pop noventoso.
Hablaba poco. No entendía si era tímidx pero así le decían. Jojo creía que era por no interactuar con sus colegas “demasiado crueles” en la escuela. Disfrutaba de las clases de diseño y pintura y en su momento no supo que lx sacaron de ahí después de pocas semanas por “mariconear demasiado”. Fue en la casa ruidosa, donde “la música descansaba a todxs de sus dramas”, que aprendió a “ser una persona pilla”.
Una noche, su hermanx H. volvió a tener una crisis. La madre tomaba sus calmantes y Jojo vio desde la ventana los faroles del auto de su padre, que los últimos días llegaba con olor a ron. La puerta de su habitación ya estaba trancada, pero no se durmió. Daba igual si estaba o no despiertx, si odiaba a su hermanx o a lxs vecinxs que llamaban a la policía. Volvía la pregunta que hizo Jojo a los cinco, a los diez y a los veinte años: ¿cómo curar a H. de la esquizofrenia? Dios habría de ayudarle cuando lx internaron en una clínica psiquiátrica. Cinco meses de tratamiento costaron demasiado dinero y esperanza. Nada cambiaría, como cuando Jojo volvió a Lima la última vez: correría hacia el aeropuerto sin despedirse de nadie y horas antes de su vuelo porque su hermanx tendría otra crisis.
A los veinte, la madrugada limeña lx mareaba. Jojo volvía de las discos soportando el acoso taxista. En una de las fiestas aceptó un clonazepam que le ofrecieron. No tomó una pastilla, se tragó 25 con alcohol. No se acuerda de haber vomitado sangre o del momento en que llegó la ambulancia. Sí de las caras de su familia en el hospital que preguntaban por qué había intentado suicidarse.
Cuando Jojo supo que tenía depresión, terminó con el sueño de su padre al abandonar la facultad de Derecho, concluyó el curso superior en Comunicación y, ya mejor de sus “mambos mentales”, emigró a la Argentina.
Familia artivista
Es abril y los árboles de Buenos Aires pierden sus hojas. Jojo está por conocer a su madre travesti. En bicicleta, cruza señales en rojo y llega a una plaza. “Unas monstruas” montadas voguean sin coreografía alrededor de un parlante. Jojo se anima a bailar, imita beboteos y muestra sus mariconeos en público. Cuando termina la joda, elogia las bucaneras rojas de una chica de grandes rulos y sonrisa. Tatiana Overseer Avalanx es quien materna a Jojo y le enseña a vivir en ese lugar donde su identidad es transformada en arte.
Tati arranca por lo básico: nadie en la familia tiene una enfermedad y que lo que hacen no es pecado. Enseña baile y consigue ropas que compitan en las kikis. Lo hace no solo para sus hijxs, lo hace por “la cultura”. Quiere provocar piel de gallina al expresar el orgullo de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, travestis, intersexuales, asexuales, cuir, agéneros, pansexuales, y un espectro tan diverso como el de todos los colores que existen.
Referencia en la cultura ballroom, Tati es parte de la International Pioneer House of Avalanx, fundada en San Pablo, Brasil. Se comunica en tres idiomas y travaja como bailarina, gestora cultural y profesora de danza. Es artivista, sus expresiones identitaria y artística son políticas y convergen en el ballroom. Luego de veintidós años terminó su transición de feminización y hoy, a los 34, adopta en especial a personas negras y marrones. Es antirracista: “No llegamos con no ser racista”. Dorian Corey, en el documental Paris is Burning, ya decía que todas querían ser como Marilyn Moroe y nadie quería parecerse a Lena Horne.
一Yo conozco la calle, amor. Fui expulsada de casa a los 10 años y el ball me dió opciones que no eran el trabajo sexual 一suena despacio el acento cordobés de Tati.
Para ella, el ballroom debería ser un “lugar de encuentro y educación con las diversidades”. Ve en la pista un espacio para que infancias y adolescencias cuir puedan no solo ser aceptadas sino festejadas.
Como Tati, Jojo también es artivista. Edita videos, hace “artesanía audiovisual” porque le gusta, para ganar dinero y también por militancia. En 2017 comienza un proyecto personal. Jojo quiere hacer un cortometraje llamado VIHDA. Al buscar personas que lx ayuden descubre a Ciclo Positivo, una asociación civil que trabaja por la salud integral, en un marco de defensa de los derechos humanos. Allí conoce a Alan, migrante vihsible de Venezuela. En la amistad comparten historias como la de Carlos Jáuregui y otras narrativas que “no son la de Stonewall”.
Son parte de una de las treintaorganizaciones que militan y logran en 2022 la Ley 27.675, de Respuesta Integral al VIH, Hepatitis Virales, otras Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) y Tuberculosis . Porque para que se terminen el VIH y otras ITSs, el estigma y la discriminación hace falta cambiar el marco legal. La ley reconoce los determinantes sociales que impactan en la salud y apunta a un abordaje más humano que la simple respuesta médica. Pero Alan no llega a celebrar la ley: muere durante la cuarentena. Lxs amiguxs consiguen una casa para poner sus cenizas y hacer un funeral, así su familia en Venezuela se puede despedir. Tampoco VIHDA ve la luz. Jojo evoca la memoria de Alan con furia, como con furia escribió Tati en un poema :
“Me dicen furia, furia travesti
Me dicen nena, estás ardiente
Dame tu fuego, estás brillante (…)”
Jojo aprendió con Tati la genealogía de la furia travesti, enarbolada años atrás por referentas como Lohana Berkins. Porque hace falta hablar de furia y con furia.
Hackear la herencia
En la tarde, antes de salir de casa, Jojo mira pinturas de Caravaggio como inspiración para hacer fotos de su familia. En la sesión están su madre trans, sus hermanas no binarias y travestis. Después del ensayo, al llegar a casa, se sienta ante las tres pantallas de su escritorio. Superpone fotos, sube el contraste y pone todo en movimiento. Al final, pianos y cellos pasan por el mixing board en uno de los videos de su serie “Re_nascimiento cuir”. Busca hackear digitalmente esta “realidad de herencia colonial y pensada para dos géneros”. En la noche, Jojo va a clases. Hace poco ganó una beca para estudiar baile profesional.
El sábado es noche de ball y llaman al escenario a una mujer cisgénero y madre biológica. Le cantan el feliz cumpleaños y ella habla de “mapadres que nunca vieron a sus hijxs acompañadxs de sus familias elegidas”, que “desrespetan” pronombres y que nunca se interesaron en ver brillar la diversidad en la runway. Familias como las de Jojo.
En un audio de WhatsApp, Jojo dice que está ansiosx por el próximo ball. También, que estuvo pensando sobre esta crónica. Quiere que le llegue a sus mapadres biológicxs . Para que lean “esas cosas que ellxs nunca supieron”. Quizás para que no traten de aceptarlx sino para que lx festejen . Con todas sus equis y sus dramas seguidos de risas y mariconeos. Quizás para que compartan, o al menos entiendan, esa furia.