Al terminar el día de trabajo, Bartolina y Pedro reciben en su negocio a amigos, familiares y vecinos, que se van acomodando donde pueden, también en la vereda. Con mixtura, serpentina y baile, ofrendan a la Pachamama, piden salud y prosperidad. Un momento íntimo y familiar que por una noche convierte un pequeño local de comida para mascotas en territorio boliviano.
Semana de carnavales; ya pasó el de Oruro y hoy, 21 de febrero de 2023, en el norte de Chile, en Copiapó (la tierra de los 33 mineros), se empieza a organizar una de las actividades de agradecimiento a la Pachamama: el Martes de Ch´alla. Así lo hacen Bartolina y Pedro, dos jóvenes que dejaron Bolivia y comenzaron su viaje hace algún tiempo.
Ella proviene de Sucre y residió ocho años en el margen del Río de la Plata, en la Argentina. Él nació en Llallagua, Potosí. Se conocieron trabajando en las uvas, actividad agrícola característica de los valles de la región de Atacama. En su país natal se casaron y formaron una familia: un niño de ocho años y una preadolescente son sus hijos.
Ya está oscureciendo y Pedro se preocupa de entregar los últimos productos encargados durante el día, mientras Bartolina y su familia, entre risas, recuerdos y canturreos, van colgando globos y figuras de papel, y adornan con serpentinas distintos lugares de su local familiar de comida para mascotas que, con mucho esfuerzo, abrieron hace un año y medio en una de las avenidas del sector alto de la comuna. Ella dice ser de familia comerciante.
Por motivos laborales, no se pudo ch´allar más temprano, pero las tradiciones se respetan y mantienen. No importa hora, lugar ni distancia. Se practican.
“¡Me queda el último pedido, me queda el último pedido!”, grita Pedro muy contento cargando un saco de 10 kilos de comida de perro que pondrá en su furgón blanco para culminar la extensa jornada de trabajo.
A las diez de la noche comienzan a llegar las personas invitadas, traen consigo algo para compartir —por lo general, algún licor— y las mejores energías para la celebración. Es algo que realizan con mucha fe, pues si son creyentes la Pachamama cumple con las peticiones, así lo menciona Bartolina.
En la puerta son recibidas por la familia con mistura (papel picado) en la cabeza, serpentinas en el cuello y una cerveza. Se van acomodando en el interior y en el exterior del local, depende de dónde encuentren lugar. “¡Pásame un banquillo!”, se escucha a lo lejos. “¡Los sacos también sirven como asiento!”, dice Pedro, acomodando uno encima de otro para que cumplan esta función. Otras personas entran y salen esperando que comience el ritual.
Sentáte, Sentáte, mamita, invita Bartolina. “¡Solo venía a buscar una chela!”, responde María, su comadre, mientras levanta la botella recién abierta y hace un brindis con una de sus amigas, que está más lejos. Ambas sonríen y bailotean la canción “Mentira”, del grupo Sabor Sabor.
Poco a poco se va notando el ambiente festivo. Olor a humo, mistura de colores, una que otra gota de alcohol y pedazos de serpentinas en el piso dan cuenta de que en el lugar hay movimiento y jarana.
La bodega es adaptada como cocina. En este lugar se encuentra Lilia, hermana de Bartolina, y su madre, quienes se preocupan de cocer la verdura y los granos en un pequeño fogón a gas. Cada cierto tiempo, revuelven el contenido de las ollas. “¡Le falta el último hervor al maíz!”, dice Lilia.
Encima de unos muebles hay una ruma de platos plásticos que fueron llevados para la ocasión. En una caja están los tenedores, cuchillos y cucharas; por otro lado, los vasos. Se reparten cuando ya está casi terminada la comida.
En una pequeña mesa armada con lo que había en el lugar se distribuyen los platos y se sirve el plato de la festividad: papa, maíz, carne y chorizo. También hay llajwa (salsa picante de ajíes) para quien quiera.
La gente empieza a comer; la familia anfitriona está atenta a que a nadie le falte comida. Es un momento para compartir, disfrutar y traer Bolivia a la mente.
En el exterior, se acomoda una lata redonda en el piso —que cumple la función de brasero— y se vierte carbón. Uno de los asistentes se hace cargo de prenderlo y lo revisa cada cierto tiempo, ya que debe estar en un punto exacto para la ceremonia.
El matrimonio desenvuelve la k´oa, ofrenda compuesta por diferentes misterios: figuras hechas de azúcar, grasa de animal, mirra, incienso y papel picado; la dejan en una mesa junto con el alcohol, el vino y las hojas de coca que trajeron otras personas bolivianas residentes en Copiapó. Parte de la familia está con ellos en este íntimo momento.
¿Qué hora es? Son las once de la noche.
El carbón está listo y el matrimonio deposita su ofrenda en las brasas; comienza a humear y los aromas más intensos son a copal e incienso, olores peculiares de la época de carnaval. Bartolina y Pedro se trasladan al interior del local con el brasero mientras van rociando el piso con vino, alcohol y cerveza. “¡Qué sea en buena hora!”, gritan.
“¡Falta el furgón, falta el furgón!”, anuncia la madre de Bartolina. Le ponen globos, serpentinas; toman el brasero y dan vueltas con él alrededor del vehículo. A las ruedas también les rocían alcohol, cerveza y vino. “¡Martes de Ch´alla, Martes de Ch´alla!”, dice Bartolina mirando a la cámara de un celular que la está grabando. Su rostro es de felicidad.
Las y los asistentes realizan lo mismo y van ch´allando con sus cervezas. En este momento, aparecen los confites de carnaval, blancos y rosados, que se tiran por todos los lugares por los que pasa la gente. “¡Jallalla!”, se escucha por ahí.
Se remueven las brasas cada cierto tiempo, debido a que aún no se consume toda la k’oa. La Pachamama se debe alimentar. Algunas personas aprovechan de echarle papas y un poco de maíz; comparten la comida con la madre tierra.
Una de las asistentes se dirige a su auto y saca unas latas de espuma. Lilia, con un globo, le echa agua a todas las personas que se le cruzan. Sin agua y juegos no hay carnaval.
Por otro lado, Pedro, ofrece hojas de coca y la gente comienza a pijchar (mascar y succionar poco a poco el jugo de la hoja de coca). “¡Hay con sabor a menta!”, anuncia la novedad.
Llega el momento de subirle el volumen a la música. “¡Pongan una canción bonita, muchachos!”, grita Bartolina. Todas las personas bailan o hacen el intento de moverse al son de la danza mayor de los Andes: la morenada. Gozan y cantan diversas melodías, trasladan la fiesta y los colores del carnaval boliviano a una de las comunas donde florece el desierto.
A las tres de la madrugada, la k´oa ya se consumió y el brasero se empieza a apagar. “¡Ayudemos a ordenar!”, dice una de las asistentes que quedan.
La celebración ha terminado. En el piso, mistura mojada con agua, cerveza, vino y espuma. Llegó la hora de marcharse a las casas; por la mañana se trabaja.
¡Será hasta el año, señor carnaval!