Para esto queremos bailar

Viajante, bailarina, directora, performer, promotora cultural, profesora de francés, creyente, madre y abuela, jugadora de pasanaku, casi maestra, Yuvinka Sejas transgrede límites como da giros al bailar. La morenada es para ella un “acto de liberación y resistencia”. Y, también, una manera de conectar mujeres de su familia que resistieron la dominación masculina.

A pesar del frío, Yuvinka había salido a ver el festejo de la Virgen de Copacabana. Era  5 de agosto de 1999. Desde la mañana los colectivos llegaban a la Villa 31; en el interior se veían los trajes coloridos de quienes iban a bailar. Algunos fieles se acercaban caminando y pasaban delante de los autos decorados con enormes peluches en sus capots, que esperaban también la bendición. Las sayas, morenadas, tarkeadas y otros ritmos andinos no pararían de sonar hasta la noche. Yuvinka cerró la puerta de su casa y no dio más que cuatro o cinco pasos antes de verla. “Una cholita, como mi abuela”, recuerda y señala el lugar donde la cruzó, antes de llegar a las dársenas de la estación de Retiro. “Yo quedé petrificada, era como si hubiera visto una artista”, dice con la mirada clavada en la esquina opuesta a nuestra mesa del café Tía Rosa, en el actual Barrio Mugica.

 

Para Yuvinka, su abuela es la protagonista de buena parte de su infancia en Bolivia. Uno de los momentos que más disfrutaba era cuando la ayudaba a cambiarse: las medias largas gruesas, las manqanchas -o enaguas superpuestas, que le daban volumen a la cadera-, la blusa, la pollera y la manta haciendo juego, las joyas (gargantilla, aretes), el ramillete y el topo (pequeño adorno) en la manta, los zapatos de tacón, las trenzas, el sombrero. 

 

La nieta acompañaba el ritual, pero su misión ocultaba otra más importante: “Yo era el escudo para que ella pudiera salir”. Su abuela o su mami, como le decía, avisaba que se iban a pasear, a hacer algunas compras o al cine. Inventaba una excusa para ir a bailar morenada en alguna festividad de La Paz sin que su marido se enterara. “Yo la agarraba de uno de sus flecos mientras ella giraba. Me decía que no la soltara, que me quedara a su lado acompañándola”. 

 

– ¿Por qué tu abuelo no quería que bailara?

 

– Porque por ahí él debía viajar, ir a algún lado o tenía que trabajar, entonces no quería que fuera sola. Es esa cuestión del machismo, esa idea patriarcal que dice: si no va el marido, no puede ir la mujer. Pero ella quería ir igual. 

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La morenada enlaza ritmo, cuerpo y creencia. Está presente en las fiestas religiosas del santoral andino. Su coreografía se compone de una procesión o desfile bailado donde participan diversos personajes: el caporal, las cholitas, las chinas, los reyes morenos, entre otros. Se cree que nace en la época colonial y que representa la vida de los esclavos africanos e indígenas que trabajaban en las minas; sin embargo, hay versiones que la relacionan con el culto al Apóstol Santiago y los autosacramentales.

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“‘Mi querida Yuvinquita, siento que tú vas a ser mi sucesora’, murmuraba mi abuela en esas tardes de complicidad. No se equivocaba”, recuerda Yuvinka. Ahora está vestida de cholita paceña y habla en la apertura de Ciudanza 2021 como parte del show de su bloque de morenada. De la escena fantasmática en el barrio pasaron dos décadas, del rito de la infancia muchos más.

 

Yuvinka Ángela Sejas Camacho es migrante boliviana, mujer y villera. Así se autodefine, consciente de que los prejuicios pesan más en su cuerpo que las cinco enaguas que usa para bailar. No hace mucho que se percibe también como artista, y se reconoce como directora de su grupo de danza de morenada lxs Amigxs Intocables de Retiro. 

 

La Paz, París, Buenos Aires. Estas son sus coordenadas espaciales. Mucho antes de establecerse en Mugica, su madre había sido empleada doméstica de una dame parisina. Dos lenguas maternas, tres hogares en el mundo, un único odio. Si su alfabetización en francés y el poco español que recordaba motivó el bullying en Bolivia, en Argentina lo originó su nacionalidad (“hija de vende ajos” o “vende-limones”). Además de la discriminación asociada al territorio, claro. 

 

En la 31, recuerda, no se bailaba por bailar. Por años escuchó una condición que se repetía en los ensayos: “Todo lo que es cultura yo no bailo. Yo bailo para la virgen, para el santo”. A veces la danza se originaba en una promesa a cumplir. Otras, los que bailaban sólo defendían la dimensión religiosa de la morenada. Pero en la mayoría de los casos lo que había detrás eran maridos celosos que sólo dejaban a sus mujeres bailar por devoción.

 

–Yo respeto tanto la diversidad de género como la elección de la religión –afirma Yuvinka en un enunciado que aúna el feminismo con el laicismo–. Si alguien quiere ir a bailar no tiene la obligación de persignarse. 

 

Sin saberlo, Yuvinka cumplía la consigna que años después escucharía en las calles. Iglesia y Estado, asuntos separados. Yuvinka y su grupo no dejaron de bailarle a la virgen, pero le sacaron de a poco la exclusividad. Esto hizo que no dudara cuando vio en el barrio un programa para vecinos artistas impulsado por la Secretaría de Integración Social y Urbana. Inscribió a su grupo y empezaron a bailar en eventos culturales. Esto fue hace once años. 

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A las once de la noche de un día de 2010, Yuvinka y una de las integrantes del grupo caminan agarradas del brazo. Risas. Los tacos repiquetean en las calles sin domicilio. La urbanización del barrio es un proyecto en debate, pero ellas no piensan en eso. Están alegres después de bailar y cenar con su grupo. Yuvinka decide acompañarla hasta su casa a pesar del cansancio. Sabe de la fragilidad de los empoderamientos repentinos de las mujeres de su entorno. Estoy cansada, podrida de estar con miedo, me quedo a comer, le dice su compañera, decidida a desafiar el toque de queda marital. Ahora camina apoyada en su brazo. 

 

Él las ve venir. Por los ojos de Yuvinka pasa rápido un puño cuando la puerta se abre. Luego, el tironeo de unos mechones de pelo y la puerta que se cierra. Del otro lado del cerrojo queda el sonido que hace un cuerpo contra el otro. Yuvinka golpea y grita para que abra. Mientras, lo escucha. ¿Para esto querés bailar, para tomar, para calinchar

 

Calinchar significa joder, bromear, toquetearse con mujeres, traduce. Pasaron diez años, Yuvinka ve un cambio, pero –suspira- “siempre es la misma historia”. A las mujeres les preocupa lo que va a decir la gente si van a bailar sin sus maridos. Y a los maridos les disgusta que se maquillen: no entienden por qué se arreglan para bailar y les “encajan” los hijos para que los lleven a cuestas. 

 

Por eso a Yuvinka le gusta el revuelo que causó su iniciativa. Que las salidas culturales hayan sacado a las mujeres de las casas. Que se haya generado ruido en las familias. Que los maridos machistas hayan sido señalados. “Ya no era solo para la Virgen, para el Tata Santiago, cuatro salidas al año, y nada más. No estaba lo cultural, ir a los festivales, al teatro, a la Noche de los Museos”.

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La primera vez que Yuvinka bailó en el barrio fue vestida de hombre, como moreno. 

 

-¿Es común eso en Bolivia?

 

– ¡No! En los pueblos no es normal que una mujer baile de hombre. Lo hice acá, nomás de transgresora. 

 

Viajante, bailarina, directora, performer, promotora cultural, guía de turismo comunitario, profesora de francés, creyente, madre y abuela, jugadora de pasanaku, casi maestra, Yuvinka Sejas transgrede límites como da giros al bailar. Es que la morenada, para ella, también es un “acto de liberación y resistencia”. Por eso confía en que cada reactualización de la danza migrante les garantice, a ella y a sus vecinxs, un lugar en esa genealogía subversiva de esclavos e indígenas que se burlaban del poder colonial a través del arte. O de un primitivo artivismo andino que Yuvinka recupera en sus coreografías de pasos sagrados y vueltas profanas.  

Diciembre 2021

*Laura Cabezas es Doctora en Letras (UBA), docente en la cátedra de Literatura Brasileña (UBA) y, actualmente, becaria posdoctoral (CONICET). Investigo, escribo, traduzco y saco fotos analógicas. Me interesan las relaciones entre literatura, arte y religiosidades latinoamericanas, desde una perspectiva feminista, transdiciplinaria y decolonial.

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