La migración que llegó desde Venezuela en los últimos años está haciendo crecer, 4.992 kilómetros más al sur, la práctica de un deporte que en tierra bolivariana es furor: el béisbol. De allí vienen casi la mitad de quienes juegan en la Liga Metropolitana y la selección argentina tiene cuatro jugadores venezolanos. Tres de ellos forman parte del cuerpo técnico.
Los jugadores de la selección argentina de béisbol tienen el apodo, no muy original, de Los Gauchos. Se entrenan debajo de la autopista Perito Moreno, al lado de unas canchas de fútbol 5. Enfrente hay una plaza con juegos.Detrás se ven las ventanas de los monoblocks del barrio Kennedy, en el barrio porteño de Villa Luro. En el lugar, el aire mezcla el “plac” de la pelota y el bate con el ruido de los camiones que pasan arriba. El predio no tiene bases ni forma infield, como habitualmente se llama al lugar en el que corren los bateadores. El lugar es de Vélez Sarsfield, queda casi pegado al estadio de fútbol del club.
Un poco más de treinta personas se posan sobre la Avenida Juan B. Justo. Son espectadores de niños de entre diez y doce años que le pegan a la pelota con el pie. En ese lado, el estacionamiento está casi lleno. Hay otras familias en la parte de adentro. Son las tres de la tarde.
—¿Béisbol? A ver, mirá, te vas al tanque de agua de allá. A esa altura se están entrenando.
La selección argentina de béisbol practica en el mismo predio y en el mismo horario en el que los chicos juegan al fútbol. No la está mirando nadie.
Los gauchos venezolanos
Cuatro de los jugadores de los “Gauchos” son venezolanos. Y tres de ellos también forman parte del staff técnico.
Samuel Hidalgo saluda diciendo “pana”. Termina muchas de sus frases con la palabra “brother”. Juega al béisbol desde los tres años. No suena insensato: en Venezuela, dice, “el béisbol es como el fútbol acá”. “Acá” es la Argentina, lugar en el que es pitcher y coach de la selección nacional. Vive en el país desde hace seis años. Divide su cotidianeidad entre lanzar pelotas y trabajar como freelance en marketing digital. Juega y es manager en club Daom, en Bajo Flores, también dentro de la Capital Federal. Comenta que llegó a la Argentina para buscar mejores oportunidades de vida, dado que el país bolivariano transita “un problema humanitario serio”. No quiere que llegar a fin de mes sea uno de sus problemas.
—Soy de una familia, ponte tú, de clase media. Siempre pudimos tener lo que quisimos, trabajando. Llegó un momento en el que eso no se pudo más.
Carlos Parra llegó a Córdoba para entrenar al club Dolphins. Vino con trabajo y es parte de la selección gaucha. Antes de eso convirtió en realidad varias de sus ilusiones. Se hizo jugador de béisbol. Participó en la liga venezolana. Llegó a la selección. Fue parte de la hazaña deportiva de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 2018, cuando La Vinotinto le ganó a Cuba, potencia mundial, que tenía a Alfredo Despaigne –figura planetaria del deporte– en el equipo. Dice que vino a la Argentina por “un interés deportivo”. Cuando se le pregunta por qué ese interés no tiene lugar en Venezuela, reduce su respuesta a cinco palabras: “La parte económica del país”.
En poco tiempo, William Montes va a ser padre de «una argentinita». El jugador de Patriots, actual bicampeón de la Liga Metropolitana de Béisbol de la Categoría A1, dice que está contento “de tener la oportunidad de vestir la camiseta del seleccionado argentino» del deporte que lleva «en la sangre». Comenta que su pareja quería hacer un posgrado y que la situación de Venezuela los «arropó» para irse. La «identidad gaucha» de sus compañeros merece, para él, ser resaltada: “El argentino es una persona aguerrida. Siempre lucha hasta el final”.
A Carlos Jiménez le cuesta comer a las diez de la noche porque estaba acostumbrado a cenar a las siete. “Para mí es un honor jugar en la selección argentina”, comenta. Vino al país a estudiar. Trabaja en un gimnasio y cursa en el Instituto Romero Brest, del barrio de Nuñez, de donde quiere egresar como profesor de Educación Física. Carlos no habla de “hinchadas” cuando alguien le pregunta por las personas que miran el béisbol desde las gradas. Dice “fanaticada”. Y comenta que ninguno de sus integrantes toma alcohol cuando va a ver un juego; le cuesta decir la palabra “escabiar”. Para él, los rivales son “contrincantes”.
—¿Por qué la gente viene de Venezuela a la Argentina?
—A buscar una oportunidad. La mejora es notoria: acá voy al chino y consigo comida.
El éxodo
La Organización de las Naciones Unidas sostiene que de Venezuela migraron un poco más de siete millones de personas en las últimas dos décadas. En 2021, Filippo Grandi, máxima autoridad del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), calificó el proceso como “el éxodo más grande que América Latina haya visto”. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en la Argentina residen 220.595 de esas personas migrantes.
“Este país tiene muchas facilidades para la migración. Es sencillo estar legal. A eso le sumas que el idioma ya lo manejas y también el factor económico: el pasaje es más barato que uno a Europa. Tenía conocidos que me dijeron: ´Vente para acá y probamos´. Llevo seis años aquí”. Samuel agrega que festejó el triunfo de la selección de Lionel Messi en Qatar 2022.
Todos los entrevistados hacen alusión a la situación económica y social de su país. Ninguno nombra a Hugo Chávez ni a Nicolás Maduro ni a su fuerza política. Ninguno.
Pelota y bate
Cuando el escritor y periodista Alejandro Droznes fue a Caracas a propósito de un libro que estaba escribiendo, sobre la Copa Libertadores, mayor certamen de fútbol continental, quedó sorprendido por la diferencia de popularidad del béisbol sobre el fútbol. El autor de De América vio cómo a la misma hora el Estadio Universitario, de béisbol y con forma de triángulo, tenía mucho más aficionados que el Olímpico, de fútbol y construido como un óvalo: “Los focos de ambos coliseos estaban encendidos y había más gente merodeando alrededor del estadio triangular. De hecho, el movimiento alrededor del estadio ovalado era escasísimo. Se presentaba así, a simple vista, lo que hace tan singulares a los venezolanos y que es incomprensible para el resto de los habitantes de América del Sur: la predilección por el béisbol en detrimento del fútbol, como si Venezuela fuera un país más caribeño que sudamericano”.
En Venezuela se respira béisbol. Como en la Argentina, fútbol. “Es algo que está en el aire. Yo no jugaba al fútbol y siento que ahora juego. Viene con el oxígeno de la Argentina. A un chiquitico acá tú le tiras una pelota y ya siente que la puede manejar. Allá igual: le das un bate y, aunque tú no le hayas explicado, ya sabe para dónde va”, compara Hidalgo.
Leopoldo Susini, presidente de la Liga Metropolitana de Béisbol (LMB), comenta que el deporte, frente a la llegada de muchos jugadores de un país que es potencia en la disciplina, creció mucho: “Hubo muchos cambios con la migración venezolana. Nos hicieron mejorar en cuánto a la cantidad y calidad de jugadores y jugadoras en nuestra Liga. El crecimiento ha sido exponencial, sostenido y notorio; hay más equipos y también más árbitros, planilleros y entrenadores. La cultura venezolana, por ejemplo, en la dedicación para entrenar y competir, es admirable. Hoy el 50% de nuestros atletas son extranjeros, mayoritariamente venezolanos. Aproximadamente 600 jugadores y jugadoras son extranjeros, y el 90% viene de Venezuela”.
La mejor jugada del béisbol es el “home run” o, castellanizado, jonrón. Implica sacar la pelota de la cancha con el bate. O sea, tirarla lejos. Los jugadores venezolanos de la selección de béisbol de Argentina también están lejos. Más precisamente a 4.992 kilómetros de su tierra natal. Y acá, como allá, van al club a entrenar con su guante, su gorra, su camiseta, su bate.
Una tarde en el Estadio Nacional
Es tarde de torneo en el Estadio Nacional. Hay al menos trescientas personas. En el «foodtruck» no dice «panchos», sino «hot dogs». Setecientos pesos cada uno.
Siete chicos suben todos juntos los diez escalones. El «boludo» sale forzado, pero sale. En la tribuna hay gente que apoya sus reposeras. Llovizna y hace frío, pero hay más gorras de poliester con visera que gorros de lana.
—¿Vos tomás mate?
Uno le dice al otro que afuera venden «refresco». La Argentina está por jugar con Panamá por la última fecha de la ronda preliminar del repechaje para los Juegos Panamericanos. Al lado mío se sienta Carlos Aguirre, jugador de béisbol y entrenador de Vélez de las divisiones juveniles. Conoce a los chicos.
—Mucha gente de Venezuela viene a ver a la selección, ¿no?
—Sí, sí…
Espero unos segundos.
—¿Vos sos de Venezuela?
—Sí, y ellos también —señala a los chicos que están cerca en la tribuna. —Son sub-18 en Vélez, son todos de Venezuela.
Aguirre también observa que el béisbol creció mucho con la llegada de los venezolanos. Como juegan desde que son chicos, cuando llegan aquí buscan rápidamente un lugar para entrenar. «Es como si vos jugaras al fútbol acá y te vas a Austria. Vas a buscar un club para jugar. Hoy, entre los pibes cercanos a los 18 años, la mitad son venezolanos. Entre los más chicos la proporción, incluso, crece”.
Entre los conceptos que suelta Aguirre está el de que los lanzadores venezolanos y caribeños son más agresivos. Jiménez, en cancha, parece darle la razón: cuando le tira la pelota a los rivales no se queda quieto. Cruza su pierna izquierda, lanza de costado, de abajo hacia arriba, para adelante, con fuerza, hacia el rival. Un swing violento. Una parte de su cuerpo se lanza con él. Arranca bien. Desplaza a un bateador en tres tiros. Parece que todo fluye. Sólo parece. El segundo bateador lo descoloca. Impacta la pelota y la hace volar hacia afuera de la cancha. Jonrón.
La zona aledaña a los vestuarios del Estadio Nacional no tiene muchas luces. Carlos firma una pelota de béisbol para la fanaticada. Cuando se le pregunta por el partido, muestra una sensación agridulce. Contradictoria. Argentina se clasificó para la final pero, al mismo tiempo, recién acaba de perder el partido contra Panamá. También lo mueve otra cosa. “Fue mi mejor salida”, dice, cuándo recuerda la efectividad que logró en los primeros lanzamientos. Sabe que, en el béisbol, el rumbo de los acontecimientos puede cambiar rápido.
—Tu mejor día —define— puede ser el peor.
Acá
En el kilómetro 24 de la Autopista Ricchieri, camino a Ezeiza, se abre un camino improvisado. Un árbol tapa el cartel que dice “Estadio Nacional de Béisbol”. Todavía falta una semana para la competencia oficial y a Los Gauchos les pasa lo mismo que en la cancha de Vélez: no los está viendo nadie. El portón está entreabierto. No hay seguridad ni nadie que controle.
Hidalgo habla con un bate apoyado sobre las escalinatas. Cuando charla sobre béisbol, sonríe. Cuando recuerda a Venezuela, también sonríe. No le pasa nada distinto cuando se refiere a la Argentina.
—Yo no soy de acá, pero… —se interrumpe.
—Pero sos de acá.
—Exacto.